jueves, 21 de noviembre de 2013

Duncan Dhu. La búsqueda del término medio




(Este reportaje se publicó en 'Dominical' el 3 de noviembre de 2013)

Texto: Carlos Marcos. Fotos: Luis Rubio.


Hace poco Mikel Erentxun fue operado de una cardiopatía que puso en peligro el regreso de la banda. Pero eso les ha hecho más fuertes. Como ese veterano baqueteado que se repone a base de coraje, así prepara el dúo su vuelta. Asistimos a su primer ensayo en 14 años. Arranca su gira.

“Habrá que buscar un término medio, porque con agua no se puede salir al escenario”, reflexiona con gesto serio Mikel Erentxun. Está conduciendo su monovolumen familiar por la carretera que va desde Mondragón (“la Euskadi profunda”, como el grupo la define) a San Sebastián, donde vive el dúo. Acaban de realizar el primer ensayo de Duncan Dhu en 14 años. En el asiento de atrás se acomoda la elegancia silenciosa de su compañero Diego Vasallo, cuya expresión se contrae como si unos espesos nubarrones se hubiesen instalado en su cabeza ante el impacto de la reflexión de Erentxun. El dúo, que vigila con escrupulosa delicadeza su regreso a los escenarios, no había reparado en ese asunto. Todos los cabos atados… salvo este pequeño gran detalle. Se produce un congestionado silencio en el vehículo. 

La última vez que Duncan Dhu salió de gira, sus dos jefes eran unos poderosos y apuestos treintañeros con la seguridad de que cualquier elemento que consumiese su cuerpo (líquido, sólido o gaseoso) sería asimilado sin daño alguno por la fortaleza de la juventud. Ya no es así. Los médicos les han advertido: nada de grasas, ni se os ocurra drogaros, cuidado con el alcohol, ojo a los alardes físicos… “Sí, tenemos que buscar un término medio. Y ya no solo para subir al escenario, sino al bajar, acostumbrados como estábamos a amansar la adrenalina con unas copas”, comenta Vasallo, con la ventisca todavía sobre su cabeza.

Tan baqueteado como Dean Martin en esa soberbia película, Río Bravo, donde el actor interpreta a un sheriff desahuciado y alcohólico que debe tirar de coraje y dignidad para enfrentarse a un terrateniente dispuesto a aplastarle para aumentar su imperio. Así se sienten Mikel Erentxun (nacido en Venezuela hace 48 años, pero residente en San Sebastián desde pequeño) y Diego Vasallo (San Sebastián, 47 años) ante el inicio de su gira. “En efecto, estamos llenos de goteras”, confirma Vasallo desde sus ojeras.

La carrocería de Mikel estalló seis meses atrás, cuando acudió al hospital con una opresión en el pecho. Al instante le ingresaron para operarle de urgencia. “Diego y yo estuvimos en el estudio de grabación un domingo. Y todo perfecto. Pero el lunes fui al médico y le dije: ‘Oye, cada vez que hago un esfuerzo físico me molesta más’. Me hicieron unas pruebas. Eran las ocho de la tarde. El médico me dijo: ‘Ahora mismo a la ambulancia, directo a la UVI’. A las nueve ya estaba en pelotas para operarme”. Un alivio: ya no se tratan estas cardiopatías a corazón abierto. “Ahora te abren una rajita en el brazo y te meten un tubo que va hasta el corazón. En un cuarto de hora estás listo: te instalan un muelle que se llama stent, que hace que no se vuelva a cerrar la arteria”, explica el paciente Erentxun. El engorro es el tratamiento: medicación para el resto de tu vida y fuera golosinas.

Las averías de Vasallo se produjeron tiempo después de la separación de Duncan Dhu, hace ahora 12 años. Le extirparon la vesícula y le confirmaron que su cuerpo acoge un hígado maltrecho. “En realidad lo que tengo es una precirrosis”, informa el músico ante la cara de terror del periodista. “Así que me tengo que cuidar mucho”, comenta de inmediato, quizá para aliviar el efecto de la pronunciación de esa palabra tan poco tranquilizadora.

Estas contingencias hacen aún más trascendental el regreso de Duncan Dhu, y les acerca a esa épica tan rockera que dibuja a los viejos titanes cascados ofreciendo lo mejor de su carrera.
Retrocedemos unas horas. Estamos a punto de presenciar el primer ensayo de Duncan Dhu en casi una década y media. Se produce en Mondragón, a unos 60 kilómetros de su casa, San Sebastián. La banda nos espera en su cueva, situada en la zona industrial de la ciudad, un escenario de grandes naves metálicas que contrasta con unos alrededores repletos de valles, montes y verdor norteño. Una pintada callejera al lado del local nos da la bienvenida: “Subversión. Rock rabioso. Euskal Herria”. Evidentemente, no se refiere a Duncan Dhu.

La banda se refugia en una nave enorme. En el centro han instalado unos grandes telones negros en forma de gigantesca caja; allí dentro se encuentra el grupo. Mikel, sentado en un taburete, con la guitarra acústica, da indicaciones ante una pantalla donde se reflejan las letras de unas canciones que ya ha olvidado, y con el teléfono inteligente a mano, que le servirá para recordar, vía Spotify, los acordes... ¡de sus propias canciones! Es como empezar la rehabilitación después de una rotura de ligamentos de rodilla. Lenta, dolorosa, satisfactoria cuando consigues la flexibilidad de antaño.
A su izquierda, a unos tres metros, la figura de caballero espigado y antiguo de Vasallo, de pie, acariciando a su bajo, embutido en elegantes y estrechas ropas oscuras. Frente a ellos, una formación clásica atiende a sus jefes: batería, guitarra y teclados (hoy con gripe). El grupo suena sobrio, elegante, contenido. Ahora tendría que venir la palabra “profundo”, pero esto se conseguirá en posteriores ensayos, ya cuando la gira se acerque (nuestro encuentro se produce a finales de septiembre: todavía les queda trabajo por hacer).

La banda hace un alto en el ensayo para atendernos: “El concepto es ahora el mismo que cuando empezamos. Me imagino que yo ya no voy a saltar y a quitarme la camiseta en los conciertos como hacía antes. Van a ser más acordes con la edad que tenemos ahora. Pero el sentimiento con el que queremos que suene la banda es parecido a cuando empezamos en los ochenta: alejarnos del sonido actual, hacer algo a contracorriente, más clásico. Hemos vuelto a lo que nos gustaba cuando empezamos, el rockabilly, los años 50, el folclore americano primitivo… Duncan Dhu luego navegó por caminos más sofisticados, pero ahora hemos vuelto al origen”. Sostiene esta reflexión El duelo, un disco grabado este año con seis temas, canciones de arquitectura austera y poso country. En estos 12 años los dos han seguido sus carreras, actuando y editando discos, más constante la de Mikel, y silenciosa la de Diego, que ha compatibilizado la música con su pasión por la pintura. Expone sus cuadros una vez al año.

Mikel es el que más habla. Diego combina su delgada figura, refinada y decimonónica, con una timidez enfermiza. Tan retraído es que se turba (rostro enrojecido) cuando le preguntamos si sus sombrías letras (un ejemplo de la canción Los días buenos, de El duelo: “Los días buenos son cortinas de humo como sospechaba/ Y en los no tan buenos si puedo me esfumo cuando la suerte se acaba”) esconden a un autor torturado. “Las letras reflejan mi forma de ver el mundo. Sí, es posible que tenga ese tipo de visión, sombría, melancólica”, explica.

Mikel tercia: “Bueno, no creo que Diego sea tan sombrío. Sí tiene un punto misterioso y eso le hace atractivo. No es un tipo muy accesible. Seguramente yo lo sea más. Quizá tardes más en llegar a él, pero es un tío muy directo, honrado. Muy vertical. Eso sí, no cuenta chistes. Ninguno de los dos. En eso somos muy vascos”. Mikel se disculpa por mirar su teléfono continuamente. “Es que mi chica ya ha salido de cuentas”, se justifica. Será... ¡el quinto! Tiene dos, ya mayores, de una relación anterior; otros dos (de 3 y 6 años) con su actual pareja, y el que vendrá en breve. Diego tiene una niña de 9 años adoptada. “Pero no vivo con ella: estoy separado”, comenta.

Afrontan sin titubear la pregunta que merodea en todas las resurrecciones musicales: ¿Duncan Dhu necesita dinero? “Claro, necesitamos dinero, como todo el mundo. Hay que vivir. Tenemos gastos, tenemos familias. Pero tuvimos ofertas en el pasado que fueron mucho más importantes que la de ahora. Era época de vacas gordas y dijimos que no. Aunque hay un componente económico, si no hubiese habido un buen feeling musical, porque personal siempre lo ha habido, hubiera sido imposible. Se puede comprobar en El duelo”. El ensayo continúa.

Llegan noticias de su mánager: lo que iban a ser 10 conciertos van camino de 20. Dos días en Barcelona, otros dos en Madrid… Husmeamos en la lista de canciones, impresas en un papel al lado de los instrumentos: Cuando llegue el fin, Nada, No dejaría de quererte, Esos ojos negros, Cien gaviotas… Diego da por primera vez en el ensayo unas indicaciones al grupo, de forma suave, educada. “Igual podríamos oscurecer un poco la canción”, señala, conduciendo a la banda a su universo de sombras. Le hacen caso y él queda contento con el resultado. Tras cinco horas de ensayo, deciden terminar. Se les nota cansados. Mikel nos confirma que ha adelgazado siete kilos después del susto del corazón. Los dos son ahora vegetarianos. Mikel mordisquea una nectarina y Diego bebe agua con tranquilidad. Esta claro que hay que buscar un término medio.

La gira de Duncan Dhu recala en noviembre en Barcelona (8 y 9), Madrid (10 y 11), Huesca (15), San Sebastián (16), Valencia (29), Murcia (30)... Más en www.vuelveduncandhu.com.