martes, 10 de diciembre de 2013

Antonio Arias: el hombre de negro ve el cielo




(Esta entrevista se publicó el 8/12/2013 en 'Dominical')

Texto: Carlos Marcos. Foto: Luis Rubio.


El rockero granadino Antonio Arias graba una nueva obra vanguardista, difunde el legado del maestro Morente y busca entradas para llevar a su hija a ver a One Direction.

Antonio Arias es un padre-rockero-separado. Su hija de 8 años se llama Carmen Celeste. La pequeña aún no digiere bien los modismos rockistas. Prefiere, lógicamente, cosas de su edad, como One Direction. Antonio lleva a su hija al colegio todas las mañanas de lunes a miércoles. A las 7.45 atrona el despertador. Arriba. Es un momento íntimo padre-hija. Algunos días se cruzan unas pocas y soñolientas palabras; otros, surgen asuntos que preocupan a la cría; muchos, situaciones divertidas.
Es esa cotidianidad la que quiere conservar Antonio con su hija, a pesar de ser un padre-rockero-separado. Eso, de lunes a miércoles. De jueves a domingo, Arias carga en la furgoneta amplificadores, instrumentos, micrófonos… para expresar su arte con sus múltiples iniciativas: Lagartija Nick, Antonio Arias en acústico, Los Evangelistas con Soleá Morente, Antonio Arias en eléctrico…

“Él es el auténtico genio de Granada, un tipo con un talento inmenso, siempre ideando cosas nuevas, siempre en vanguardia”. La declaración es de Noni, cantante de Lori Meyers. Y sabe de qué habla: Noni ha crecido bajo la influencia que ejercía sobre su generación el maestro Arias. Ahora, cosas que pasan, Lori Meyers llena los festivales y Arias se conforma con aumentar un prestigio que no se traduce en más seguidores. “Hoy me he levantado siendo músico, viviendo de la música. Y lleva siendo así desde que tengo 16 años. Ahora, mañana ya no sé. Así está la cosa de incierta”, relata.

Es el precio de producir obras tan arriesgadas (y notables) como su nuevo disco, Multiverso II.  “Hasta mi mánager me dijo: ‘Yo no me meto en eso, tío”, cuenta entre risas. Y añade: “Sí, lo sé. Sé que no me voy a hacer rico con este disco. Soy muy consciente de que voy perdiendo fans, pero al principio nadie comprendió Omega y ahora mira”. Arias llega a la cuestión. Omega, aquel disco que grabó su grupo, Lagartija Nick, en 1996, junto a Enrique Morente, esa descomunal demostración de creatividad libertaria que para muchos críticos supone el mejor álbum de la historia del rock español.

Desde la grabación de aquel álbum y hasta la muerte de Morente (2010) Arias se convirtió en el socio creativo del maestro. Arias:  “El otro día le dije a José Enrique, el hijo de Enrique, que tiene 22 años: ‘No sabes lo que siento que tú te hayas perdido algo que yo viví: ese camino, grabando y girando con tu padre durante casi 15 años”.También hubo momentos para la diversión, como aquellos cinco días de juerga en el Carnaval de Cádiz. “Me dio una peluca rosa y él se puso una rubia y así pasamos cinco días. Disfruté muchísimo. Le seguía mucha gente, una gran cohorte. Y allí estaba yo. Incluso dormimos juntos, en la misma habitación. La gente que le seguía llegaba hasta la puerta de la habitación. Un día estábamos medio dormidos, a oscuras, escuché algo y le dije: ‘Enrique, aquí hay gente…”.
Pero hablemos del presente, de este sesudo y placentero Multiverso II, de subtítulo De la soleá de la ciencia a la física de la inmortalidad. El músico vuelca en el disco su pasión por la astronomía y la física. “De jovencillo tenía una amiga cuyo padre era muy aficionado tanto a la astronomía como a la ciencia. Tenía un telescopio. Yo lo utilizaba. También me dejó muchos libros. Novelas de ciencia ficción, que antes se llamaban de anticipación. Luego me aficioné a Espacio 1999, una serie que me apasionaba, con música de Barry Gray”, explica.

Arias ha seguido introduciéndose en el tema todos estos años, leyendo libros de David Jou, el catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Barcelona que aporta textos al disco. Y de Galileo, Kepler, Hawking… Afirma que mirar al cielo es un acto de rebeldía. “Recuerdo el cielo que veía antes y lo añoro. Cuanto más profundizas en la contaminación lumínica más te das cuenta de lo absurda y perjudicial que es. Cada vez vemos menos cielo”.

La conversación se alarga tocando temas como la danza de las partículas, las constelaciones, el movimiento de peonza de la Tierra, la Vía Láctea… Cuando acabamos la clase de física, pregunta sobre asuntos más terrenales: “Oye, ¿tú sabes dónde puedo conseguir entradas para el concierto de One Direction? Es que mi hija quiere ir”. La cría, Carmen Celeste, que también quiere tocar el cielo.

EL CONSEJO DE MORENTE
“Antoñico, esto es muy a la larga. Y el trabajo nunca es en balde”. Esta es la frase que siempre le decía Enrique Morente. Y sobre este consejo Antonio Arias construye su obra, como Multiverso II, en las antípodas del pop inmediato. Las nuevas canciones de Arias reclaman dedicación para apreciar unas atmósferas entre el flamenco espacial y Pink Floyd, y concentración para unas letras que anuncia que “el infinito es el último tren”. Son tres años de trabajo junto al catedrático David Jou y al astrofísico José Antonio Caballero. Pero no se asusten: con un poco de intención suena hasta radiable.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Cum on feel the... ¡Quiet Riot!



Siempre que un amigo me habla de su desmotivación laboral y de lo poco que se siente valorado por su jefe (asunto que ocurre con frecuencia en los últimos tiempos), le recomiendo que se pase la tarde del domingo visionando vídeos de hair metal de los 80. Existe abundante material en Youtube. “Si estos gañanes lo consiguieron, yo también puedo hacerlo”. En efecto, ellos lograron capitalizar buena parte de la década musical de los ochenta con sus melenas cardadas, sus movimientos homomachos y, en muchos casos, sus grandes canciones. Spinal Tap en su máxima esencia: el juego consistía en examinarles en busca de algún trauma. Seguro que los tenían, pero ocultos entre tanta laca y tanto estribillo glorioso. 
Entrados en materia, solo encuentro una fisura a ese procaz (por momentos descacharrante) y espléndido relato rock and roll llamado Fargo Rock City, de Chuck Klosterman. Mi decepción: que el escritor estadounidense considera a Ratt, Poison, Cinderella o Tesla por encima de mis adorados Quiet Riot. Lo digo totalmente en serio: los Quiet Riot fueron grandes. Venga, Chuck, no me niegues que de vez en cuando no te inyectas en vena el glorioso Metal health.
Este grupo californiano tiene varias cosas llamativas que les permiten destacan del pelotón de bandas air ochenteras. La primera es que estuvo en sus filas, en su primera formación, el añorado Randy Rhoads. Para muchos Rhoads es el mejor guitarrista heavy de los 80. Yo no me arriesgaría tanto, pero los dos discos que grabó con Ozzy Osbourne (Blizzard of Ozz, de 1980, y Diary of a Madman, de 1981), antes de morir asquerosamente en un accidente de avión, son cosa seria. O sea, Randy era buenísimo. Sin embargo, con los Riot grabó dos discos mediocres. Ya tenemos la circunstancia peculiar número uno de los Riot.
Más: Metal health (1983) fue el primer disco de heavy metal en llegar a número uno en Estados Unidos. Otra cosita nada baladí: en un mundillo donde las cabelleras leoninas tenían tanta importancia como la música, su cantante, Kevin DuBrow (además de ser poco agraciado) exhibía unas entradas de consideración (eso sí, reconstruidas misteriosamente de un día para otro). Otra cosa más: ¿es posible que un grupo que vende más de seis millones de ejemplares se despeñe casi de inmediato? Ahí está Quiet Riot para constatarlo.


 Metal health es un álbum con todos los modismos air metal para disfrutarlos: los riff de guitarra cristalinos, los estribillos adherentes, los ombliguistas solos de guitarra, el gong en el arranque de algún tema (Let’s get crazy), la balada a lo Kiss/Aerosmith (Thunderbird)… y ese bombazo que pasó por encima del original de los Slade, Cum on feel the noize. El grupo continuó después de Metal health, pero nunca se acercó a aquella grandeza, sufriendo un incesante rosario de cambios durante varias décadas. En 2007, después de la fiesta de Acción de Gracias y en Las Vegas (todo muy Spinal Tap, si no fuera porque fue un drama), Kevin DuBrow, el cantante, fue encontrado sin vida en su apartamento. Llevaba seis días muerto. La causa: sobredosis de cocaína. Contaba 52 años.

Todavía sigue el activo el grupo. O la pantomima. Ningún miembro original permanece. Con una falta de escrúpulos asombrosa el grupo anuncia en su web que milita el batería fundador, Frankie Banali. ¿Perdón? ¿El batería original no fue Drew Forsyth? Sí, pero la actual formación falsea lo datos afirmando que Quiet Riot nació en 1980, cuando empezó Banali, borrando de la historia los años de Randy Rhoads y los dos primeros discos. Hasta esta cutrez tiene su gracia…