miércoles, 4 de diciembre de 2013

Cum on feel the... ¡Quiet Riot!



Siempre que un amigo me habla de su desmotivación laboral y de lo poco que se siente valorado por su jefe (asunto que ocurre con frecuencia en los últimos tiempos), le recomiendo que se pase la tarde del domingo visionando vídeos de hair metal de los 80. Existe abundante material en Youtube. “Si estos gañanes lo consiguieron, yo también puedo hacerlo”. En efecto, ellos lograron capitalizar buena parte de la década musical de los ochenta con sus melenas cardadas, sus movimientos homomachos y, en muchos casos, sus grandes canciones. Spinal Tap en su máxima esencia: el juego consistía en examinarles en busca de algún trauma. Seguro que los tenían, pero ocultos entre tanta laca y tanto estribillo glorioso. 
Entrados en materia, solo encuentro una fisura a ese procaz (por momentos descacharrante) y espléndido relato rock and roll llamado Fargo Rock City, de Chuck Klosterman. Mi decepción: que el escritor estadounidense considera a Ratt, Poison, Cinderella o Tesla por encima de mis adorados Quiet Riot. Lo digo totalmente en serio: los Quiet Riot fueron grandes. Venga, Chuck, no me niegues que de vez en cuando no te inyectas en vena el glorioso Metal health.
Este grupo californiano tiene varias cosas llamativas que les permiten destacan del pelotón de bandas air ochenteras. La primera es que estuvo en sus filas, en su primera formación, el añorado Randy Rhoads. Para muchos Rhoads es el mejor guitarrista heavy de los 80. Yo no me arriesgaría tanto, pero los dos discos que grabó con Ozzy Osbourne (Blizzard of Ozz, de 1980, y Diary of a Madman, de 1981), antes de morir asquerosamente en un accidente de avión, son cosa seria. O sea, Randy era buenísimo. Sin embargo, con los Riot grabó dos discos mediocres. Ya tenemos la circunstancia peculiar número uno de los Riot.
Más: Metal health (1983) fue el primer disco de heavy metal en llegar a número uno en Estados Unidos. Otra cosita nada baladí: en un mundillo donde las cabelleras leoninas tenían tanta importancia como la música, su cantante, Kevin DuBrow (además de ser poco agraciado) exhibía unas entradas de consideración (eso sí, reconstruidas misteriosamente de un día para otro). Otra cosa más: ¿es posible que un grupo que vende más de seis millones de ejemplares se despeñe casi de inmediato? Ahí está Quiet Riot para constatarlo.


 Metal health es un álbum con todos los modismos air metal para disfrutarlos: los riff de guitarra cristalinos, los estribillos adherentes, los ombliguistas solos de guitarra, el gong en el arranque de algún tema (Let’s get crazy), la balada a lo Kiss/Aerosmith (Thunderbird)… y ese bombazo que pasó por encima del original de los Slade, Cum on feel the noize. El grupo continuó después de Metal health, pero nunca se acercó a aquella grandeza, sufriendo un incesante rosario de cambios durante varias décadas. En 2007, después de la fiesta de Acción de Gracias y en Las Vegas (todo muy Spinal Tap, si no fuera porque fue un drama), Kevin DuBrow, el cantante, fue encontrado sin vida en su apartamento. Llevaba seis días muerto. La causa: sobredosis de cocaína. Contaba 52 años.

Todavía sigue el activo el grupo. O la pantomima. Ningún miembro original permanece. Con una falta de escrúpulos asombrosa el grupo anuncia en su web que milita el batería fundador, Frankie Banali. ¿Perdón? ¿El batería original no fue Drew Forsyth? Sí, pero la actual formación falsea lo datos afirmando que Quiet Riot nació en 1980, cuando empezó Banali, borrando de la historia los años de Randy Rhoads y los dos primeros discos. Hasta esta cutrez tiene su gracia…

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