martes, 10 de diciembre de 2013

Antonio Arias: el hombre de negro ve el cielo




(Esta entrevista se publicó el 8/12/2013 en 'Dominical')

Texto: Carlos Marcos. Foto: Luis Rubio.


El rockero granadino Antonio Arias graba una nueva obra vanguardista, difunde el legado del maestro Morente y busca entradas para llevar a su hija a ver a One Direction.

Antonio Arias es un padre-rockero-separado. Su hija de 8 años se llama Carmen Celeste. La pequeña aún no digiere bien los modismos rockistas. Prefiere, lógicamente, cosas de su edad, como One Direction. Antonio lleva a su hija al colegio todas las mañanas de lunes a miércoles. A las 7.45 atrona el despertador. Arriba. Es un momento íntimo padre-hija. Algunos días se cruzan unas pocas y soñolientas palabras; otros, surgen asuntos que preocupan a la cría; muchos, situaciones divertidas.
Es esa cotidianidad la que quiere conservar Antonio con su hija, a pesar de ser un padre-rockero-separado. Eso, de lunes a miércoles. De jueves a domingo, Arias carga en la furgoneta amplificadores, instrumentos, micrófonos… para expresar su arte con sus múltiples iniciativas: Lagartija Nick, Antonio Arias en acústico, Los Evangelistas con Soleá Morente, Antonio Arias en eléctrico…

“Él es el auténtico genio de Granada, un tipo con un talento inmenso, siempre ideando cosas nuevas, siempre en vanguardia”. La declaración es de Noni, cantante de Lori Meyers. Y sabe de qué habla: Noni ha crecido bajo la influencia que ejercía sobre su generación el maestro Arias. Ahora, cosas que pasan, Lori Meyers llena los festivales y Arias se conforma con aumentar un prestigio que no se traduce en más seguidores. “Hoy me he levantado siendo músico, viviendo de la música. Y lleva siendo así desde que tengo 16 años. Ahora, mañana ya no sé. Así está la cosa de incierta”, relata.

Es el precio de producir obras tan arriesgadas (y notables) como su nuevo disco, Multiverso II.  “Hasta mi mánager me dijo: ‘Yo no me meto en eso, tío”, cuenta entre risas. Y añade: “Sí, lo sé. Sé que no me voy a hacer rico con este disco. Soy muy consciente de que voy perdiendo fans, pero al principio nadie comprendió Omega y ahora mira”. Arias llega a la cuestión. Omega, aquel disco que grabó su grupo, Lagartija Nick, en 1996, junto a Enrique Morente, esa descomunal demostración de creatividad libertaria que para muchos críticos supone el mejor álbum de la historia del rock español.

Desde la grabación de aquel álbum y hasta la muerte de Morente (2010) Arias se convirtió en el socio creativo del maestro. Arias:  “El otro día le dije a José Enrique, el hijo de Enrique, que tiene 22 años: ‘No sabes lo que siento que tú te hayas perdido algo que yo viví: ese camino, grabando y girando con tu padre durante casi 15 años”.También hubo momentos para la diversión, como aquellos cinco días de juerga en el Carnaval de Cádiz. “Me dio una peluca rosa y él se puso una rubia y así pasamos cinco días. Disfruté muchísimo. Le seguía mucha gente, una gran cohorte. Y allí estaba yo. Incluso dormimos juntos, en la misma habitación. La gente que le seguía llegaba hasta la puerta de la habitación. Un día estábamos medio dormidos, a oscuras, escuché algo y le dije: ‘Enrique, aquí hay gente…”.
Pero hablemos del presente, de este sesudo y placentero Multiverso II, de subtítulo De la soleá de la ciencia a la física de la inmortalidad. El músico vuelca en el disco su pasión por la astronomía y la física. “De jovencillo tenía una amiga cuyo padre era muy aficionado tanto a la astronomía como a la ciencia. Tenía un telescopio. Yo lo utilizaba. También me dejó muchos libros. Novelas de ciencia ficción, que antes se llamaban de anticipación. Luego me aficioné a Espacio 1999, una serie que me apasionaba, con música de Barry Gray”, explica.

Arias ha seguido introduciéndose en el tema todos estos años, leyendo libros de David Jou, el catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Barcelona que aporta textos al disco. Y de Galileo, Kepler, Hawking… Afirma que mirar al cielo es un acto de rebeldía. “Recuerdo el cielo que veía antes y lo añoro. Cuanto más profundizas en la contaminación lumínica más te das cuenta de lo absurda y perjudicial que es. Cada vez vemos menos cielo”.

La conversación se alarga tocando temas como la danza de las partículas, las constelaciones, el movimiento de peonza de la Tierra, la Vía Láctea… Cuando acabamos la clase de física, pregunta sobre asuntos más terrenales: “Oye, ¿tú sabes dónde puedo conseguir entradas para el concierto de One Direction? Es que mi hija quiere ir”. La cría, Carmen Celeste, que también quiere tocar el cielo.

EL CONSEJO DE MORENTE
“Antoñico, esto es muy a la larga. Y el trabajo nunca es en balde”. Esta es la frase que siempre le decía Enrique Morente. Y sobre este consejo Antonio Arias construye su obra, como Multiverso II, en las antípodas del pop inmediato. Las nuevas canciones de Arias reclaman dedicación para apreciar unas atmósferas entre el flamenco espacial y Pink Floyd, y concentración para unas letras que anuncia que “el infinito es el último tren”. Son tres años de trabajo junto al catedrático David Jou y al astrofísico José Antonio Caballero. Pero no se asusten: con un poco de intención suena hasta radiable.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Cum on feel the... ¡Quiet Riot!



Siempre que un amigo me habla de su desmotivación laboral y de lo poco que se siente valorado por su jefe (asunto que ocurre con frecuencia en los últimos tiempos), le recomiendo que se pase la tarde del domingo visionando vídeos de hair metal de los 80. Existe abundante material en Youtube. “Si estos gañanes lo consiguieron, yo también puedo hacerlo”. En efecto, ellos lograron capitalizar buena parte de la década musical de los ochenta con sus melenas cardadas, sus movimientos homomachos y, en muchos casos, sus grandes canciones. Spinal Tap en su máxima esencia: el juego consistía en examinarles en busca de algún trauma. Seguro que los tenían, pero ocultos entre tanta laca y tanto estribillo glorioso. 
Entrados en materia, solo encuentro una fisura a ese procaz (por momentos descacharrante) y espléndido relato rock and roll llamado Fargo Rock City, de Chuck Klosterman. Mi decepción: que el escritor estadounidense considera a Ratt, Poison, Cinderella o Tesla por encima de mis adorados Quiet Riot. Lo digo totalmente en serio: los Quiet Riot fueron grandes. Venga, Chuck, no me niegues que de vez en cuando no te inyectas en vena el glorioso Metal health.
Este grupo californiano tiene varias cosas llamativas que les permiten destacan del pelotón de bandas air ochenteras. La primera es que estuvo en sus filas, en su primera formación, el añorado Randy Rhoads. Para muchos Rhoads es el mejor guitarrista heavy de los 80. Yo no me arriesgaría tanto, pero los dos discos que grabó con Ozzy Osbourne (Blizzard of Ozz, de 1980, y Diary of a Madman, de 1981), antes de morir asquerosamente en un accidente de avión, son cosa seria. O sea, Randy era buenísimo. Sin embargo, con los Riot grabó dos discos mediocres. Ya tenemos la circunstancia peculiar número uno de los Riot.
Más: Metal health (1983) fue el primer disco de heavy metal en llegar a número uno en Estados Unidos. Otra cosita nada baladí: en un mundillo donde las cabelleras leoninas tenían tanta importancia como la música, su cantante, Kevin DuBrow (además de ser poco agraciado) exhibía unas entradas de consideración (eso sí, reconstruidas misteriosamente de un día para otro). Otra cosa más: ¿es posible que un grupo que vende más de seis millones de ejemplares se despeñe casi de inmediato? Ahí está Quiet Riot para constatarlo.


 Metal health es un álbum con todos los modismos air metal para disfrutarlos: los riff de guitarra cristalinos, los estribillos adherentes, los ombliguistas solos de guitarra, el gong en el arranque de algún tema (Let’s get crazy), la balada a lo Kiss/Aerosmith (Thunderbird)… y ese bombazo que pasó por encima del original de los Slade, Cum on feel the noize. El grupo continuó después de Metal health, pero nunca se acercó a aquella grandeza, sufriendo un incesante rosario de cambios durante varias décadas. En 2007, después de la fiesta de Acción de Gracias y en Las Vegas (todo muy Spinal Tap, si no fuera porque fue un drama), Kevin DuBrow, el cantante, fue encontrado sin vida en su apartamento. Llevaba seis días muerto. La causa: sobredosis de cocaína. Contaba 52 años.

Todavía sigue el activo el grupo. O la pantomima. Ningún miembro original permanece. Con una falta de escrúpulos asombrosa el grupo anuncia en su web que milita el batería fundador, Frankie Banali. ¿Perdón? ¿El batería original no fue Drew Forsyth? Sí, pero la actual formación falsea lo datos afirmando que Quiet Riot nació en 1980, cuando empezó Banali, borrando de la historia los años de Randy Rhoads y los dos primeros discos. Hasta esta cutrez tiene su gracia…

jueves, 21 de noviembre de 2013

Duncan Dhu. La búsqueda del término medio




(Este reportaje se publicó en 'Dominical' el 3 de noviembre de 2013)

Texto: Carlos Marcos. Fotos: Luis Rubio.


Hace poco Mikel Erentxun fue operado de una cardiopatía que puso en peligro el regreso de la banda. Pero eso les ha hecho más fuertes. Como ese veterano baqueteado que se repone a base de coraje, así prepara el dúo su vuelta. Asistimos a su primer ensayo en 14 años. Arranca su gira.

“Habrá que buscar un término medio, porque con agua no se puede salir al escenario”, reflexiona con gesto serio Mikel Erentxun. Está conduciendo su monovolumen familiar por la carretera que va desde Mondragón (“la Euskadi profunda”, como el grupo la define) a San Sebastián, donde vive el dúo. Acaban de realizar el primer ensayo de Duncan Dhu en 14 años. En el asiento de atrás se acomoda la elegancia silenciosa de su compañero Diego Vasallo, cuya expresión se contrae como si unos espesos nubarrones se hubiesen instalado en su cabeza ante el impacto de la reflexión de Erentxun. El dúo, que vigila con escrupulosa delicadeza su regreso a los escenarios, no había reparado en ese asunto. Todos los cabos atados… salvo este pequeño gran detalle. Se produce un congestionado silencio en el vehículo. 

La última vez que Duncan Dhu salió de gira, sus dos jefes eran unos poderosos y apuestos treintañeros con la seguridad de que cualquier elemento que consumiese su cuerpo (líquido, sólido o gaseoso) sería asimilado sin daño alguno por la fortaleza de la juventud. Ya no es así. Los médicos les han advertido: nada de grasas, ni se os ocurra drogaros, cuidado con el alcohol, ojo a los alardes físicos… “Sí, tenemos que buscar un término medio. Y ya no solo para subir al escenario, sino al bajar, acostumbrados como estábamos a amansar la adrenalina con unas copas”, comenta Vasallo, con la ventisca todavía sobre su cabeza.

Tan baqueteado como Dean Martin en esa soberbia película, Río Bravo, donde el actor interpreta a un sheriff desahuciado y alcohólico que debe tirar de coraje y dignidad para enfrentarse a un terrateniente dispuesto a aplastarle para aumentar su imperio. Así se sienten Mikel Erentxun (nacido en Venezuela hace 48 años, pero residente en San Sebastián desde pequeño) y Diego Vasallo (San Sebastián, 47 años) ante el inicio de su gira. “En efecto, estamos llenos de goteras”, confirma Vasallo desde sus ojeras.

La carrocería de Mikel estalló seis meses atrás, cuando acudió al hospital con una opresión en el pecho. Al instante le ingresaron para operarle de urgencia. “Diego y yo estuvimos en el estudio de grabación un domingo. Y todo perfecto. Pero el lunes fui al médico y le dije: ‘Oye, cada vez que hago un esfuerzo físico me molesta más’. Me hicieron unas pruebas. Eran las ocho de la tarde. El médico me dijo: ‘Ahora mismo a la ambulancia, directo a la UVI’. A las nueve ya estaba en pelotas para operarme”. Un alivio: ya no se tratan estas cardiopatías a corazón abierto. “Ahora te abren una rajita en el brazo y te meten un tubo que va hasta el corazón. En un cuarto de hora estás listo: te instalan un muelle que se llama stent, que hace que no se vuelva a cerrar la arteria”, explica el paciente Erentxun. El engorro es el tratamiento: medicación para el resto de tu vida y fuera golosinas.

Las averías de Vasallo se produjeron tiempo después de la separación de Duncan Dhu, hace ahora 12 años. Le extirparon la vesícula y le confirmaron que su cuerpo acoge un hígado maltrecho. “En realidad lo que tengo es una precirrosis”, informa el músico ante la cara de terror del periodista. “Así que me tengo que cuidar mucho”, comenta de inmediato, quizá para aliviar el efecto de la pronunciación de esa palabra tan poco tranquilizadora.

Estas contingencias hacen aún más trascendental el regreso de Duncan Dhu, y les acerca a esa épica tan rockera que dibuja a los viejos titanes cascados ofreciendo lo mejor de su carrera.
Retrocedemos unas horas. Estamos a punto de presenciar el primer ensayo de Duncan Dhu en casi una década y media. Se produce en Mondragón, a unos 60 kilómetros de su casa, San Sebastián. La banda nos espera en su cueva, situada en la zona industrial de la ciudad, un escenario de grandes naves metálicas que contrasta con unos alrededores repletos de valles, montes y verdor norteño. Una pintada callejera al lado del local nos da la bienvenida: “Subversión. Rock rabioso. Euskal Herria”. Evidentemente, no se refiere a Duncan Dhu.

La banda se refugia en una nave enorme. En el centro han instalado unos grandes telones negros en forma de gigantesca caja; allí dentro se encuentra el grupo. Mikel, sentado en un taburete, con la guitarra acústica, da indicaciones ante una pantalla donde se reflejan las letras de unas canciones que ya ha olvidado, y con el teléfono inteligente a mano, que le servirá para recordar, vía Spotify, los acordes... ¡de sus propias canciones! Es como empezar la rehabilitación después de una rotura de ligamentos de rodilla. Lenta, dolorosa, satisfactoria cuando consigues la flexibilidad de antaño.
A su izquierda, a unos tres metros, la figura de caballero espigado y antiguo de Vasallo, de pie, acariciando a su bajo, embutido en elegantes y estrechas ropas oscuras. Frente a ellos, una formación clásica atiende a sus jefes: batería, guitarra y teclados (hoy con gripe). El grupo suena sobrio, elegante, contenido. Ahora tendría que venir la palabra “profundo”, pero esto se conseguirá en posteriores ensayos, ya cuando la gira se acerque (nuestro encuentro se produce a finales de septiembre: todavía les queda trabajo por hacer).

La banda hace un alto en el ensayo para atendernos: “El concepto es ahora el mismo que cuando empezamos. Me imagino que yo ya no voy a saltar y a quitarme la camiseta en los conciertos como hacía antes. Van a ser más acordes con la edad que tenemos ahora. Pero el sentimiento con el que queremos que suene la banda es parecido a cuando empezamos en los ochenta: alejarnos del sonido actual, hacer algo a contracorriente, más clásico. Hemos vuelto a lo que nos gustaba cuando empezamos, el rockabilly, los años 50, el folclore americano primitivo… Duncan Dhu luego navegó por caminos más sofisticados, pero ahora hemos vuelto al origen”. Sostiene esta reflexión El duelo, un disco grabado este año con seis temas, canciones de arquitectura austera y poso country. En estos 12 años los dos han seguido sus carreras, actuando y editando discos, más constante la de Mikel, y silenciosa la de Diego, que ha compatibilizado la música con su pasión por la pintura. Expone sus cuadros una vez al año.

Mikel es el que más habla. Diego combina su delgada figura, refinada y decimonónica, con una timidez enfermiza. Tan retraído es que se turba (rostro enrojecido) cuando le preguntamos si sus sombrías letras (un ejemplo de la canción Los días buenos, de El duelo: “Los días buenos son cortinas de humo como sospechaba/ Y en los no tan buenos si puedo me esfumo cuando la suerte se acaba”) esconden a un autor torturado. “Las letras reflejan mi forma de ver el mundo. Sí, es posible que tenga ese tipo de visión, sombría, melancólica”, explica.

Mikel tercia: “Bueno, no creo que Diego sea tan sombrío. Sí tiene un punto misterioso y eso le hace atractivo. No es un tipo muy accesible. Seguramente yo lo sea más. Quizá tardes más en llegar a él, pero es un tío muy directo, honrado. Muy vertical. Eso sí, no cuenta chistes. Ninguno de los dos. En eso somos muy vascos”. Mikel se disculpa por mirar su teléfono continuamente. “Es que mi chica ya ha salido de cuentas”, se justifica. Será... ¡el quinto! Tiene dos, ya mayores, de una relación anterior; otros dos (de 3 y 6 años) con su actual pareja, y el que vendrá en breve. Diego tiene una niña de 9 años adoptada. “Pero no vivo con ella: estoy separado”, comenta.

Afrontan sin titubear la pregunta que merodea en todas las resurrecciones musicales: ¿Duncan Dhu necesita dinero? “Claro, necesitamos dinero, como todo el mundo. Hay que vivir. Tenemos gastos, tenemos familias. Pero tuvimos ofertas en el pasado que fueron mucho más importantes que la de ahora. Era época de vacas gordas y dijimos que no. Aunque hay un componente económico, si no hubiese habido un buen feeling musical, porque personal siempre lo ha habido, hubiera sido imposible. Se puede comprobar en El duelo”. El ensayo continúa.

Llegan noticias de su mánager: lo que iban a ser 10 conciertos van camino de 20. Dos días en Barcelona, otros dos en Madrid… Husmeamos en la lista de canciones, impresas en un papel al lado de los instrumentos: Cuando llegue el fin, Nada, No dejaría de quererte, Esos ojos negros, Cien gaviotas… Diego da por primera vez en el ensayo unas indicaciones al grupo, de forma suave, educada. “Igual podríamos oscurecer un poco la canción”, señala, conduciendo a la banda a su universo de sombras. Le hacen caso y él queda contento con el resultado. Tras cinco horas de ensayo, deciden terminar. Se les nota cansados. Mikel nos confirma que ha adelgazado siete kilos después del susto del corazón. Los dos son ahora vegetarianos. Mikel mordisquea una nectarina y Diego bebe agua con tranquilidad. Esta claro que hay que buscar un término medio.

La gira de Duncan Dhu recala en noviembre en Barcelona (8 y 9), Madrid (10 y 11), Huesca (15), San Sebastián (16), Valencia (29), Murcia (30)... Más en www.vuelveduncandhu.com.





martes, 10 de septiembre de 2013

Miguel Ríos: "Esto nunca lo había contado"










(Esta entrevista se publicó en la portada de 'Dominical' el 8 de septiembre de 2013)

Texto: Carlos Marcos. Fotos: Luis Rubio.


Si es usted aficionado a devorar biografías de estrellas del rock (Keith Richards, Rod Stewart...) con sus dosis de sexo y drogas, la de nuestro rockero no le decepcionará. También si busca una visión de los últimos 50 años de la sociedad española. El músico relata en su autobiografía, que sale a la venta el martes, asuntos hasta ahora ocultos.

Lo que sigue no es un episodio de la erótica saga Cincuenta sombras de Grey. No señor. Lo que se lee a continuación pertenece al libro de memorias de Miguel Ríos, Cosas que siempre quise contarte (Editorial Planeta), escrito por él mismo: “Un revuelto de rostros, labios, pezones, caderas, culos, flujos, salivas, sabores, olores, gritos, susurros, húmedos oficios que me llevaron al éxtasis y a algún que otro gatillazo”. “Sí, sí, también ha habido algún gatillazo, y lo recuerdo”, comenta Miguel Ríos entre carcajadas. Enfundado en una estrecha cazadora de cuero, con vaqueros y con una reciente barba quijotesca, el veterano músico se mantiene rockero y apuesto a menos de un año de cumplir los 70  (el 7 de junio de 2014). Tras despedirse de las giras hace dos temporadas, el músico se ha pasado unos cuantos meses escribiendo sobre su vida, la que cuenta cómo un muchacho que se magreaba con una compañera mientras trabajaba de mozo en los Almacenes Olmedo de Granada llegó a la cima.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Rod Stewart-'Atlantic crossing' (1975)



Amarrando un balón de fútbol con su brazo izquierdo y con una botella de algún brebaje (seguro que de alta graduación) en el derecho. Así aparece Rod Stewart (un llamativo dibujo de él) en la portada de Atlantic crossing, su disco de 1975, aferrado a dos de sus grandes pasiones: el fútbol y la bebida. Solo le falta al lado una rubia de piernas largas, y ya tendríamos el vivo retrato de la felicidad. Es un Rod gigante, pisoteando el mundo, en una metáfora doble: el músico londinense (de corazón escocés) estaba a mediados de los setenta en pleno proceso de conquistar el planeta, al mismo tiempo que le pegaba una patada a su gobierno, el inglés, afincándose en EE UU y así librándose de la sangría con la que le amenazaba el fisco. Nada nuevo en el mundo del rock esto de huir de la Hacienda materna.  


Rod seguía compatibilizando su ascendente carrera en solitario con la descendente de los Faces, que en diciembre de ese mismo 1975 cerraría definitivamente, con Ronnie Wood camino de los Rolling Stones. Atlantic crossing tiene divididas las caras (hablamos de un vinilo): la A, llamada Fast half, dedicada a excitados rockanroles; y la segunda, la Slow half, entregada al baladismo que tanto practicaba el músico. A pesar de esta organización el disco suena sin mucha cohesión, debido básicamente a la gran cantidad de músicos que participan, tomados de aquí y de allá. Pero ahí están para resolver la situación la voz y el sentido de la diversión de Rod. Se muestra siempre vacilón en el rock, como en ese chuleta arranque con Three time loser, un tema sobre las, ejem, enfermedades venéreas; o ese cañón, Stone cold sober (¿mejor que Hot legs?), en compañía de Steve Cropper. 

Muy bien tratados esos abigarrados vientos, seguramente influidos por el trabajo de los sopladores Bobby Keys y Jim Price con los Stones en piezas como la monumental Bitch. Cuando llega el apartado de ponerse melifluo, Rod recurre a versiones, que él convierte en infalibles, como I don’t want to talk about it (nunca un pastel empachó tan poco, manto de violines incluidos) o Sailing, la canción que cierra el disco, que Rod no quería incluir como primer sencillo (prefería la rockera Three time loser). Finalmente se dejó convencer y, como se dibuja en la portada, conquistó el mundo.  

Valoración: 3'5 sobre 5.

martes, 27 de agosto de 2013

Andrés Calamaro: "El problema de los estúpidos es que encima sean mala gente"










(Esta entrevista se publicó en la portada de 'Dominical' el 25 de agosto de 2013).

Texto: Carlos Marcos. Fotos: Luis Rubio.

“No hace falta que lo agarres con fuerza, pero tampoco es una pipa de crack que te va a explotar. Cógelo con suavidad. Es amargo, pero ha salido rico. No hace falta que lo tomes de un trago. Lo puedes disfrutar… A ver si te gusta”. Andrés Calamaro se muestra generoso esta mañana. Estamos compartiendo mate con él, sorbiendo de la misma bombilla. Lo ha preparado manualmente minutos antes de la entrevista. El cantante transporta todos los utensilios allá adonde va: el recipiente, la yerba, un calentador de agua eléctrico... Un peso considerable. “Me gusta tomar el mate cuando despierto, en ayunas”, explica el músico, nacido en Buenos Aires (Argentina). Hace solo tres días (el 22 de agosto) cumplió 52 años. Con un tatuaje de un toro en un brazo y en el otro el del nombre de su única hija (Charo, de seis años), no parará de beber la excitante infusión en las próximas cuatro horas. El encuentro es en Madrid. Su nuevo disco se llama Bohemio, con brillantes-simples piezas rock, donde relata su “año en el infierno”. Una cosa antes de empezar. Omitimos en sus respuestas los abundantes “¿verdad?” y “¿no es cierto?” con los que finaliza las reflexiones y, sobre todo, prescindimos de los extensos silencios durante las respuestas. Ponemos solo un ejemplo: “El mundo vive [6 segundos de silencio] entre la intoxicación y la rehabilitación. Y no solo [carraspeo y otros 6 segundos de silencio, y trago largo de mate] hablo de sustancias. Hablo también de lo económico, de lo político, de lo social… [30 segundos de silencio]. Un adicto al tabaco [tres segundos de silencio, y otro gran sorbo de mate] si descubre otra cosa para fumar que no sea tabaco se va a sentir liberado, ¿no? Quiero decir, o sea… [30 segundos de silencio]. El peligro de las adicciones es repetir demasiadas veces con una misma sustancia, ¿no? Eso te puede llevar a la perdición del hígado”.

miércoles, 10 de julio de 2013

La Pandilla Voladora: rumba-rock a calzón quitado









(Este reportaje se publicó en Dominical, el 7/07/2013)
Texto: Carlos Marcos; Fotos: Luis Rubio

Su ídolo es Tony Curtis y están en contra del ejercicio físico. pasamos 24 horas con un supergrupo llamado la pandilla voladora. cinco músicos ingobernables que arrancan la gira más disparatada del verano.


Esta es la historia de 24 horas épicas para cinco músicos. Empecemos por el final. Jueves, 10 de la mañana. La situación dista de ser la más adecuada para hacer una entrevista. Cinco tipos mortecinos (y un mánager en coma) arrastran, como pueden, una honda resaca. Llegan a la entrevista y a la sesión de fotos con Dominical sin dormir, de empalmada. Solo recuerdan el último lugar donde estuvieron: un club de fumadores. El único que ha descansado un poco (“me acosté a las seis de la mañana”) es Lichis. Incluso se ha afeitado. Pero parece contagiado por la empanada de sus compañeros: “Dejé aquí una china, ¿dónde está?, ¿quién la ha cogido?”. Nadie responde, pero todos se ponen a gatear en busca de la preciada bolita. El Canijo anda revuelto. “Vaya noche, compadre”, balbucea, y se tumba en el estudio fotográfico a echar una cabezadita. Los ojos de Jairo han visto días mejores. Lucen como dos pelotas rojas. Habla como si tuviese una bola de mazapán en la boca. Está claro que le cuesta vocalizar. A pesar de ello, profesional que es uno, intenta enhebrar un discurso coherente. No lo consigue. La cosa empeora: Tomasito acaba de pedir una cerveza. Recuerden: son las 10 de la mañana. Le dicen que no hay. Se conforma con café. El quinto de la cuadrilla, Albert Pla, tiene una relación algo difícil con la realidad. ¿Dónde estoy? ¿En una entrevista? Ah, pues no hablo, no vaya a ser que… Periodista y fotógrafo optan por tener paciencia…
Estas son algunas de sus declaraciones, cazadas a vuela pluma esa mañana. Nota: no necesariamente tienen que ser ciertas.